9.4.15

pulso sostenido

Como un animal pequeño, que tuvieras que sostener con suavidad pero con firmeza, para que no se escapara. Un pajarillo escurridizo que fuera a recuperar su capacidad de volar en cualquier momento. Ésos a los que dábamos miga de pan mojada en agua cuando los encontrábamos caídos en algún rincón del jardín. Aquellos que nunca volvíamos a ver, ni oír.

Me sujetabas, me acariciabas, me conocías.
Mi mano cabía entera dentro de la tuya.

"¿Por qué te gusta tanto sostenerme las muñecas?", te pregunté una vez.
"Porque es donde reside tu pulso, porque si apoyo los dedos, puedo sentir el paso de tu sangre", me respondiste. Cerrabas los ojos y sonreías como recordando algo que sólo tú supieras. Los dos callábamos.
Quisiste demostrármelo poniendo la yemas de los dedos de mi mano libre sobre mi muñeca, pero yo no notaba nada: ni ritmo, ni murmullo, ni reloj. Nada.
Los días que no nos veíamos, a veces volvía a tocarme el interior de las muñecas, empeñada, concentrándome en notar mi pulso, pero seguía sin encontrarlo.

Durante muchos años entrelazamos nuestras manos, medimos el filo de nuestros huesos, el peso de nuestra carne, y fuimos creciendo. Nuestras vidas avanzaban como los glóbulos rojos en mis venas. Nos sostuvimos el uno al otro, nos sincronizamos, nos cuidamos como animales pequeños.
Un día te dije: "¿Crees que seguirás sosteniéndome las muñecas cuando ya no tengan pulso?".

No tuvimos tiempo de descubrirlo.



Hoy me doy cuenta de que mi mano no cabe dentro de la otra, que mi piel es más áspera cada vez, más arrugada. Que nadie se desliza por esa parte de mi cuerpo.
Y que, por más que busco y busco, no encuentro ningún latido allí donde tú solías encontrarlos siempre.



Laura Makabresku



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...