En
este post hablo todo el tiempo en femenino, porque creo que el tema toca
especialmente a las mujeres (por la presión social que es más fuerte para ellas).
Sin embargo, es algo que opino a nivel general, para hombres y mujeres.
¿Quién
no ha escuchado alguna vez eso de: “otra vez será”? ¿Quién no ha usado ese
manido “no te preocupes, ya verás como vendrá algo mejor pronto” para consolar
a algún ser querido desanimado?
Concreto
más: ¿quién no ha tirado de recurso fácil ante una ocasión de desamor: “ya
verás como pronto llegará esa persona a tu vida”, “algún día yo también viviré
una historia así”, “esto ha salido mal… pero podría haber salido bien, algún
día saldrá bien”...?
Parece
que la esperanza nos reconforta. Porque sin esperanza, ¿qué nos quedaría? ¿Cómo
podríamos seguir viviendo sabiendo que, efectivamente, no habrá nada mejor que
nos aguarde? ¿Que no habrá ninguna recompensa a lo largo del camino? ¿Cómo
podríamos atrevernos a amar sabiendo que siempre será en vano? Sería comprar
boletos de lotería cuando no anuncian ningún premio. Tan sólo son números
impresos en un papel.
Según
me voy haciendo mayor (o menos joven), esta realidad se me perfila cada día un
poco más real, más posible. Y, al contrario de lo que podría parecer, cada vez
me da menos miedo.
Y
sobre todo: cada vez me doy mayor cuenta de lo dispuesto que está el mundo para
que creamos que una vida es para compartirla de una forma romántica, y que si
no triunfas en el amor, no habrás triunfado en la vida, porque sólo serás media
persona, no alguien completo.
No sólo hemos sido profundamente educadas en esta
idea, sino que además hemos sido privadas de los recursos necesarios para
crecer como personas únicas. No tenemos herramientas para afrontar una vida sin
pareja. Es por esto que debemos encontrarlas nosotras mismas (las herramientas, digo).
Idea profundamente errónea estampada sobre fondo y tipografías modernos. |
Cuando
alguien nos rompe el corazón (o nos cabrea por habernos hecho pasar una semana
friendo el whatsapp para nada), nos dicen que “otra persona llegará”. Las
palabras mágicas.
Y
esa es la solución: sentarse a esperar el siguiente tren.
A
mí, personalmente, me hubiera gustado que alguien me dijera que puede que eso
no llegue a ocurrir nunca, o que ocurriría dentro de mucho tiempo, pero que en
el fondo eso no cambia la esencia de quién soy.
¿Por qué nadie nos dice que
podemos decidir no esperar el tren, saltar las vías y seguir caminando campo a
través? Quizás en nuestra travesía nos encontremos con alguien, entre cardos,
barro y ratas, o entre amapolas, mariposas y unicornios, pero que igualmente
tenemos que seguir caminando, contemplando el paisaje, disfrutando de nuestros
pasos, creciendo y aprendiendo de otras personas, viviendo experiencias.
Nadie
nos educa para que podamos vivir nuestra forma de amar al margen del deseo de
que el vampiro misterioso del instituto nos elija a nosotras y entonces nuestra
vida cobre sentido. Porque Bridget Jones acaba encontrando un marido, a pesar
de todo. Siempre hay una luz al final, un hombre (o una mujer) que te espera bajo
la lluvia, y que al final sabrá valorarte y quererte, porque te lo mereces.
Y
nadie nos dice que tenemos esa persona a nuestro lado toda nuestra vida, desde
que nacemos hasta que morimos: nosotras mismas. Y que podríamos aprender a
valorarnos, y a querernos, y porque a partir de aquí, todo lo que venga servirá
para enriquecernos, y no para suplir unas carencias que nos han venido dadas desde
fuera y que nos hemos creído.
Todo
esto que suena a autoayuda barata es lo que veo que a mi alrededor provoca el
90% del sufrimiento y la frustración de las personas cercanas, y de mi misma también,
claro: nadie nos ha preparado para estar solos. Es el gran tabú.
Yo
cada día me siento más completa, más entera. Me siento más definida como
persona cada día que paso feliz en mi individualidad, en mi soledad o en mi
solitariedad.
Pienso
que, con mis condiciones (y esta palabra incluye un millón de comillas), no me
debería resulta difícil encontrar a alguien que me mirase y se derritiera, que
me hiciera derretirme a mi también, y que nos desencadenásemos las reacciones
químicas más adictivas de la tabla periódica. Las estadísticas están a mi
favor.
Sin
embargo, a día de hoy, la realidad me demuestra que las cosas no son así, y que
(oh dios mio!), “las rachas” podrían tratarse tan sólo de un concepto que hemos
inventado para consolarnos. Y que, sencillamente, esto es lo que ha habido, hay
y será siempre. Que la soltería no es un estado pasajero, sino una
circunstancia más de nuestras vidas, y que eso no nos hará ni mejores ni peores. Porque no se trata de resignación, sino de crecimiento.
Que
existe la otra opción: la de no recibir nunca la respuesta que buscamos.
Nadie
nos prepara para aceptar que la realidad puede sucederse así: que puede que no
sólo no seamos correspondidas nunca, sino tampoco amadas.
Que podremos pasar
por esta vida sin haber sido deseadas, sin que nadie haya sostenido nuestra
cara con sus dos manos mientras nos besaba como un príncipe, que no habremos
encontrado otro cuerpo que nos hiciera sentir como en casa, que nadie se habrá
quedado dormido pensando en nuestro nombre.
Que
al final, toda esa recompensa emocional, sería sólo una opción, no una garantía.
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