Hay un
momento.
Un momento que
es el más puro, completo y auténtico. Hay un momento que nace de repente, que
llega sin buscarlo, pero es extremadamente frágil y difícil de recuperar.
Hay un momento
que se tiene absolutamente, sin condiciones, y un momento que se pierde,
también sin condiciones. Hay una gota que resbala por la palma de la mano,
cuando no la cierras, y cae diluyéndose.
Hay un momento
en el que puedes atraparme, un momento en el que me quedo dentro de tu red,
dispuesta y decidida.
Hay un minuto,
unas horas. Hay unos días, unos meses. Incluso hay unos años.
Hay un tiempo en
el que puedes descubrirme: hay una historia que quiero contarte, una
experiencia que quiero compartir, una canción que quiero que escuches, un
destino que quiero visitar, un miedo que quiero calmar.
Hay un momento en que camino por la calle y siento que quiero que sepas que camino por la calle queriendo que tú lo sepas. Y, entonces, soy
tuya, probablemente de la manera más real posible: en la distancia.
Hay un beso que imagino y una caricia con la que fantaseo. Y hay una mirada en la que me
pierdo, dentro de mi cabeza. Y así, sueño con tu boca, con tus manos y con tus
ojos. Y hay una saliva, la más dulce, como néctar, que nunca llegas a probar
porque la hago resbalar por mi garganta cuando pienso en ti.
Vivo el momento
mientras se consume, mientras me voy agotando.
Trago saliva en el momento en el que me niegas, apartas tu mano, giras tu cara, dices las palabras o callas silencio. Y me malgasto,
cuando seco mi lengua, de la misma manera que seco mis sueños, olvido cómo
eras, la gota que estaba en tu mano, las canciones de las que quería hablarte y
tiro la llave con la que te abrí la puerta.
Hay un momento
que nunca se repite. Y hay un lugar, que tú no has ocupado, que siempre se
quedará vacío.
Porque hay un
momento en el que te busco y un momento en el que te espero, y te espero, y te
espero.
Y luego ya, no.
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